Algo tiene el azar que resulta tan atractivo (y a veces adictivo) para nosotros, los jugadores. Es decir, no en vano existen tantos casinos, tantas compañías con licencias de juego online y un poderoso músculo económico detrás.

Algo pasa en nuestra mente que el juego se hace tan emocionante como ver un partido de nuestro equipo de fútbol favorito, una carrera de coches muy pareja o estar jugando en una videoconsola algo muy molado. Aquí deliberamos sobre algunos motivos:

El motivo principal está bien claro

La emoción del juego de azar está relacionada con el ganar y perder algo, normalmente algo de importancia. En el más común de los casos, dinero es el activo por excelencia, aunque puede ser otro tipo de bien o algo intangible como el de una chica (en las pelis más western) o la misma reputación.

Pero, por supuesto, nadie quiere perder (sería raro que a alguien le emocione eso); es la promesa de ganar lo que atrae a muchos, sobre todo el ganar dinero o bienes de alto valor. Por eso, muchos están dispuestos jugar buenas cantidades de dinero hasta toparse con el azar a su favor.

Frases y creencias como:

  • “El que no arriesga, no gana”,
  • La buena suerte” y
  • “Mercurio retrógrado”

Explican muy bien cómo se busca atribuir al azar alguna especie de racionalidad o misticismo que logre explicarlo más allá de las meras probabilidades matemáticas.

Ganar llena la mente de muchos, por eso el jugar a la ruleta en vivo o a los dados se hace apetecible para quienes buscan “probar suerte” de la manera más simple; mientras que juegos como el poker o el blackjack (donde es posible el conteo de cartas) son una verdadera clase en vivo estadísticas y probabilidad, haciendo posibles la ejecución de estrategias dentro del propio azar.

Ya sea ganar a secas o ganar con alguna estrategia bien formulada, son las dos cosas que inundan la mente de los jugadores. “Si al final puedo ganar dinero, entonces vale la pena intentarlo, aunque en el proceso pueda perder”, ese es el eslogan de muchos.

La faceta adictiva

Los jugadores más racionales, quienes no se dejan llevar por la suerte y entienden las posibilidades reales de perder, normalmente son menos propensos a desarrollar dependencia por el juego.

Aunque diversos estudios afirman que esto puede afectar cualquier tipo de mente, ya que no solo se trata del pensamiento, sino también del cerebro como un órgano.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), estima que solamente el 3% de la población padece de ludopatía; hablamos de casos extremos, cerebros cuyos niveles de dopamina y otros neuroreceptores son similares a los de los adictos a sustancias prohibidas.

Estas personas “necesitan” el juego para vivir. Se olvidan de comer, dormir, relacionarse, asearse, lo que importa es ganar… aunque muchos realmente juegan por la sensación de no perder.

Buscar ganar se convirtió en algo más allá de las posibilidades, tentar a la suerte es una necesidad que afecta sus vidas profundamente. Básicamente, la emoción del juego fue demasiado para ellos, jugaron sin control y sin comprender de riesgos.

Su motivo estuvo bien claro al inicio, pero el algún momento se desvió y ahora jugar no tiene emoción, solo es esclavitud.

No obstante, solo una pequeña porción de la población sufre de eso. El 97% de las personas restantes sabe bien que el azar a veces sonríe y a veces no, pero siguen jugando porque la promesa de la victoria les divierte.