En los últimos años, el azúcar se ha convertido en el malo de la película y es cierto que motivos no le faltan para etiquetarlo como tal. El problema no lo tenemos con la cucharadita que echamos al café por la mañana, la cosa se complica cuando sin darnos cuenta ingerimos cantidades desorbitadas de azúcar libre que encontramos en todos los ultraprocesados. Como de costumbre, cuando la industria alimentaria se percata que asociamos el consumo de azúcar libre a enfermedades como obesidad, diabetes, síndrome metabólico e hígado graso no alcohólico lo que hace es inundar las estanterías de los supermercados con productos “sin azúcar” y sustitutos “naturales” y más “sanos”.

El azúcar moreno y otras trampas para elefantes

¿Es mejor el azúcar moreno? La respuesta es clara: NO. Casi la totalidad del azúcar moreno que se vende es azúcar blanco refinado mezclado con melaza de caña para darle color y sabor diferente. Luego tenemos el azúcar moreno de caña integral que se sigue obteniendo por un proceso de refinado y cristalización similar al del blanco en el que se usan los mismos productos de refinado. Por tanto, elegir el azúcar moreno porque es mejor que el azúcar convencional es un error.

¿Y que ocurre con la sacarina y la stevia?

La sacarina fue la solución a todos los problemas, la echábamos hasta la ensalada y todos éramos felices porque no tenía calorías hasta que se demostró que puede alterar la microbiota intestinal y generar una respuesta “insulino-encefálica”, es decir, a pesar de no tomar glucosa, el cuerpo activa las mismas rutas que si la tomase.

Entonces llegó a nuestra vida la stevia, ese remedio “natural” contra todos los males. Conseguimos un edulcorante que no es químico como en el caso de la sacarina y que incluso endulza más. Hasta ahí todo bien, el problema viene cuando nos comenzamos a dar cuenta que lo que estamos comprando es unos de sus extractos, uno de sus glucósidos de steviol purificados (E-960). Huimos de la sacarina porque es de origen químico y nos venden un extracto de stevia que no es otra cosa que un extracto modificado.

Entonces…¿qué le echo al café?

Los edulcorantes pueden ser una opción para comenzar a reducir nuestro consumo de azúcar de forma paulatina para finalmente tomarnos ese producto con su sabor real. Hasta ahí, estamos de acuerdo, los problemas surgen cuando hacemos un uso desmesurado de los edulcorantes, y no lo digo porque nos tomemos tres cafés edulcorados sino porque ha comenzado la era “lowsugar” y ahora comprados galletas sin azúcar, lácteos 0,0%, refrescos zero, pasteles sin azúcar, etc.

La conclusión es sencilla: debemos acostumbrarnos a los sabores naturales de los alimentos, el 90% de la población no sabe el sabor real de un café. La mejor etapa de la vida para educar nuestro paladar es durante la infancia, si desde pequeños nos acostumbramos al sabor real de los alimentos no pediremos azúcar para unas fresas o leche condensada para un café. De lo contrario, si nos acostumbramos a sabores muy dulces hace que con el paso del tiempo no podemos tolerar los sabores naturales de los alimentos y nos cueste mucho reeducar ese paladar.